
Antes de la pandemia, trabajar desde casa era algo minoritario, asociado sobre todo a autónomos del sector digital. Muchos lo hacían desde un rincón improvisado en sus casas, y socialmente no siempre se veía con buenos ojos. Para ganar visibilidad y profesionalidad, muchos optaban por espacios de coworking, donde compartían gastos y establecían sinergias con otros profesionales.
Sin embargo, el confinamiento por el coronavirus cambió por completo esta dinámica. El teletrabajo se generalizó, también entre trabajadores por cuenta ajena, y la casa pasó a convertirse en oficina, aula y sala de reuniones. A día de hoy, trabajar desde casa ya no es una señal de precariedad, sino un privilegio que permite mayor autonomía, mejor conciliación y evita desplazamientos innecesarios, reduciendo atascos y emisiones contaminantes.
En este nuevo contexto, la pregunta es: ¿cómo debe organizarse una casa que también es espacio de trabajo? Existen dos modelos tradicionales: la consulta médica en un piso urbano y el estudio de arquitectura en una vivienda unifamiliar. En ambos casos, se mantiene siempre una separación clara entre vida personal y vida profesional.
Esa separación es fundamental. Es necesario definir espacios para poder trabajar de forma concentrada y desconectar por completo al final del día. En una casa unifamiliar, esa transición puede resolverse fácilmente con accesos independientes. En un piso, es recomendable al menos disponer de una puerta o umbral que separe ambos mundos, para evitar distracciones y organizar mejor la jornada.
Como respuesta a esta nueva forma de vivir y trabajar, empiezan a proliferar viviendas colectivas que incorporan zonas de coworking para los residentes. Se trata de una solución muy interesante, especialmente para quienes no pueden tener un espacio de trabajo en casa bien delimitado. Así, la vivienda evoluciona para adaptarse a nuevas necesidades, integrando flexibilidad, eficiencia y calidad de vida.
Artículo de opinión escrito por Julio Cano, parte de Canobardin Arquitectos