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La arquitectura residencial post Covid

Torres Floreasca Bucarest
Torre Floreasca en Budapest

Es difícil en invierno pensar que uno llegará a padecer el calor, pero, antes o después, llega el verano. Más difícil hubiera resultado imaginar hace solo tres meses que viviríamos una situación tan distópica como la actual, pero se ha constatado la enorme capacidad que tiene la sociedad para adaptarse a situaciones extraordinarias. La actitud poco beligerante de casi todos y el sentido cívico colectivo de la mayoría han sido determinantes; el miedo ha hecho el resto.

Aunque será muy difícil olvidar lo vivido y las consecuencias, por venir, derivadas de la estrategia seguida por la mayoría de los países, ni ésta ni ninguna crisis precedente ha cambiado ni cambiará la naturaleza humana. No obstante, la convivencia intensiva durante varios meses en el hogar familiar ha puesto de relieve determinados valores no extensivos a todo el parque inmobiliario residencial. La luz, la privacidad en algunos casos, la flexibilidad de los espacios en otros, la integración de terrazas en la vivienda, así como potenciar la relación dentro fuera, han sido activos echados en falta por muchos propietarios e inquilinos confinados en sus viviendas.

El debate no es cómo debe de ser la vivienda a partir de ahora, sino cómo las deberíamos de haber diseñado durante las últimas décadas. La sociedad evoluciona y, de la mano de esa situación cambiante, lo hace la vivienda. Hasta principios del siglo pasado la tipología residencial tuvo poco protagonismo en la arquitectura; edificios institucionales, culturales y, anteriormente, fundamentalmente dedicados al culto, marcaban tendencias que devenían en los distintos estilos arquitectónicos. El crecimiento de la clase media en las sociedades occidentales más desarrolladas dio, a principios del siglo XX, por primera vez en la historia de la arquitectura, protagonismo a la arquitectura residencial. El Movimiento Moderno o “racionalismo”, heredero de la Revolución Industrial, surge en Europa en el periodo de entreguerras como un compromiso con la función, afortunadamente todavía vigente.

Durante los cien años trascurridos desde su irrupción, la vivienda ha sido la protagonista de la arquitectura, evolucionando como nunca lo había hecho en los siglos precedentes. Tras un enorme impulso durante las primeras décadas, seguidas de otras de mayor estancamiento, el progreso, hasta llegar a la vivienda como hoy la concebimos, ha sido continuo, amparado, en gran medida, en el desarrollo tecnológico de los sistemas constructivos. Aunque la constante evolución nos ha llevado hasta donde hoy nos encontramos, ni hemos alcanzado la meta, ni mucho menos hay motivo alguno para desandar el camino recorrido. Sin embargo, esta crisis, no de mercado sino sanitaria, puede ayudarnos a reflexionar para poner en valor lo que se ha hecho bien y corregir los errores cometidos, pero no debe de poner en cuestión el modelo de vivienda que hemos desarrollado durante estos cien años.

En un ejercicio de positivismo, debemos intentar hacer de la necesidad virtud y aprovechar las circunstancias actuales para intentar cambiar determinados aspectos normativos que restringen la creatividad y la optimización de los recursos. En concreto, aspectos como la interpretación generalizada de las normativas en la consideración de las superficies dedicadas a dotaciones comunitarias en los edificios y a las terrazas en las viviendas, limitan

la incorporación racional de estos usos en los proyectos residenciales, cuya inclusión en los edificios no afecta a la intensificación del uso residencial y sí a la calidad de los edificios y viviendas. Es una reivindicación no atendida que viene de antiguo, sin embargo, bajo las circunstancias actuales, puede abrirse una ventana al diálogo para su modificación dentro de las distintas normas municipales. El incesante incremento del valor del suelo urbano y la citada restricción normativa han ido, progresivamente, haciendo cada vez más irrelevante el protagonismo de estas dotaciones en los edificios.

Pero no todas las carencias están motivadas por restricciones e imposiciones normativas; el convencionalismo y la falta de vocación, en algunos casos, por perseguir la excelencia han devenido en un resultado que se aleja mucho de los principios generadores del Movimiento Moderno. En el ejercicio de seguir avanzando en el camino trazado, nunca es tarde para reflexionar y corregir errores.  

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