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Éxodo urbano

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Es un hecho más que constatado, nuevos tiempos siempre generan nuevas tendencias; y eso es lo que ahora está ocurriendo en numerosos aspectos de nuestra vida. El mundo ha cambiado de forma radical e impone otras normas muy distintas a las que, hasta hace poco, imperaban y marcaban pautas. El sector inmobiliario no iba a ser una excepción.

Instalarse en los grandes núcleos de población, mantener un estilo de vida 100% urbanita, tener una vivienda cuanto más en el centro del casco urbano mejor, o arañar esos pocos metros extras al balcón del inmueble para conseguir un salón o un dormitorio más amplio, han sido en los últimos decenios planteamientos de lo más frecuente y un deseo muy destacado en un alto porcentaje de nuestros ciudadanos.

Sin embargo, hoy en día el panorama que afrontamos viene condicionado por una realidad, cruda e implacable, que aconseja distanciamiento social y espacios amplios y poco poblados al aire libre como la mejor alternativa para estar seguros y a salvo; dos requisitos que chocan frontalmente con las citadas preferencias.

Y sí, en ese anhelo de seguridad que ahora todos tenemos frente a la pandemia, muchos han empezado a buscar otros modos de vida y otros lugares en los que residir que ofrezcan precisamente eso: distanciamiento social y espacios seguros al aire libre, algo que dentro de las ciudades es mucho más difícil de alcanzar.

En línea con esta demanda, un porcentaje ya considerable de los que estaban buscando un hogar han dado un giro de 180 grados y han pasado de intentar comprar o alquilar una vivienda en el casco urbano, lo más céntrica posible y con el máximo de metros útiles que ésta pudiera ofrecer, a interesarse por inmuebles en zonas o poblaciones rurales, con un índice de densidad de habitantes mucho menor, y, a ser posible, que cuenten con una pequeña parcela o jardín propio.

Pero no sólo esto, también se está generando una interesante cuota de mercado en un grupo de ciudadanos que no se planteaban ni a corto ni a medio plazo un cambio de domicilio, pero que -ahora-, ante la perspectiva de proyección de la plaga que nos asola, que puede ser más larga de lo esperado en un primer momento, han decidido abandonar su núcleo urbano de residencia para trasladarse a zonas más alejadas y con menos vecinos.

Esta tendencia, que viene corroborada por otros datos, como el hecho de que se estén reabriendo algunas escuelas rurales que llevaban cerradas numerosos años (incluso decenios) o el de que desde pequeños centros de salud de localidades muy reducidas se esté solicitando el refuerzo y la ampliación de los servicios dispensados, dado el aumento de la población en sus zonas, puede suponer el inicio de un pequeño éxodo urbano que ponga en valor espacios que para muchos estaban olvidados o catalogados como pobres en el nivel de lo que podían ofrecer y que, en realidad, pueden aportar un alto nivel en calidad de vida, más pausado y más cercano a los entornos naturales.

El tiempo será el encargado de dictaminar si esto va a ser o no una realidad y si el aumento en la demanda de viviendas en zonas rurales y alejadas de los núcleos urbanos y sus cinturones se va a consolidar pasado un tiempo y superada la actual crisis sanitaria.

En todo caso, a día de hoy sí que es un hecho que indudablemente está incidiendo en el mercado el que la vivienda rural, hasta ahora considerada en parte como un producto pobre y con poco tirón, viene marcando tendencia, y por ello es muy conveniente que los agentes que no hayan tocado con anterioridad esta tipología de inmueble y que estén interesados en entrar en este nicho de trabajo en expansión, hagan los deberes y se empleen a fondo en dominar al detalle la idiosincrasia del producto que manejan en todos sus niveles (ya que pueden plantearse enormes diferencias entre los requisitos de gestión de un ático en el centro de la ciudad o los de una vivienda unifamiliar con parcela jardín en un carril de huerta, por ejemplo).

Ciertamente, y en contra de lo que a primera vista se pueda pensar, un buen agente inmobiliario con lo que realmente trabaja es con personas y no con inmuebles, ya que su cometido es asesorar a sus clientes del mejor modo posible, preocupándose por conocer cuáles son sus deseos, sus requerimientos y sus necesidades reales, para así poder asistirlos y acompañarlos durante todo el complejo proceso que supone una transacción inmobiliaria; precisamente por todo ello, el buen profesional debe esforzarse siempre en conocer todas las características y peculiaridades concernientes a la tipología de inmueble cuya gestión o búsqueda se le encomiende, así como también todas las que definen y perfilan el entorno propio de ubicación de éste, ya que sólo de esta manera podrá prestarle a su cliente un servicio satisfactorio y de calidad. En esta línea, el mundo rural tiene mucho que ofrecer y mucho que enseñar.

            ¿Acaso tendremos por fin la suerte de tener que prepararnos para una revolución verde?

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