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El incierto futuro de los locales comerciales

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La calle de las Ramblas en Barcelona, vacía durante el confinamiento.

El descenso en la demanda de locales comerciales, tanto en compra como en alquiler, no es un fenómeno nuevo que haya sido originado por la actual crisis sanitaria puesto que desde hace ya años se viene apreciando una desaceleración continua en el mercado de estos inmuebles.

Lo que sí es incuestionable es que este declive, que se venía moviendo dentro de unos niveles relativamente pausados, aunque en constante incremento, ha experimentado en estos últimos meses un desarrollo exponencial y todo apunta a que puede alcanzar una velocidad de crucero realmente preocupante.

La aparición de Internet fue, indiscutiblemente, el acontecimiento que fijó el punto de partida de este periplo con destino incierto y nada halagüeño. A partir de ahí, sin prisa pero sin pausa, los comercios y los despachos y oficinas han ido disminuyendo poco a poco el número de clientes que cruzan sus puertas, y esta dinámica, que al principio apenas fue perceptible, año tras año ha ido arrojando cifras más y más altas, con la inevitable consecuencia de la progresiva reducción en los márgenes de beneficio de los negocios afectados, muchos de los cuales, y cada vez más, se han ido viendo abocados a su cierre.

Como pruebas inequívocas de esta realidad no hay más que citar dos hechos innegables:

  • Por un lado el de que el número de locales comerciales que se van quedando disponibles cada vez es mayor, a la par de que cada vez tardan más tiempo en volver a ser ocupados, o incluso algunos permanecen ya vacíos.
  • Por otro el de la progresiva transformación de los polígonos industriales, en los cuales no deja de aumentar la superficie dedicada tanto a empresas de logística, para almacenamiento y distribución de mercancía, como a empresas de prestación de servicios online.

Internet ha puesto al alcance de la mayoría poder comprar cualquier artículo (de la tipología, precio o tamaño que sea) o contratar prácticamente toda clase de servicios desde la comodidad del hogar, sin necesidad de desplazarse a ningún sitio, y aunque al principio escoger esta opción fue algo minoritario, con el paso de los años su aceptación ha ido creciendo de forma imparable y en clara progresión geométrica. La difusión boca a boca y la incorporación al mercado de consumo de las nuevas generaciones, hacen que así sea.

El resultado obvio de este constante desplazamiento del comercio de bienes y servicios desde el entorno físico al entorno digital es el de que cada vez son menos necesarios los locales en los que se venían desarrollando de manera habitual estas actividades, con lo cual el nivel de demanda hacia los mismos va reduciéndose de manera imparable y el stock sin salida es cada día mayor.

Estando inmersos en este escenario que ya auguraba a medio y largo plazo un futuro muy difícil para estos inmuebles, este año 2020 ha incorporado a la ecuación un nuevo factor que, sin ninguna duda, va a suponer una aceleración exponencial en el proceso. La crisis sanitaria de la COVID19, que ha exigido confinamiento, cese de actividad presencial y alejamiento social, ha supuesto un impacto directo y brutal en la línea de flotación del formato tradicional en el mercado de bienes y servicios y ha forzado el desplazamiento casi total del mismo al “ecosistema” digital.

Compelidos por las circunstancias, la gran mayoría de los locales comerciales han tenido que cerrar sus puertas en los momentos más duros de la crisis actual y en los menos malos sólo las han podido abrir sujetos a recortes muy rigurosos y con el lastre añadido del enorme temor social a la cercanía física que incita a estrictos vetos en la proxemia. Nueve meses después, la rentabilidad que arrojan se mueve en cifras altamente negativas y un considerable número de ellos irremediablemente acabarán por ser desocupados, muchos tal vez de manera definitiva.

Cual sea el saldo global que dejará tras de sí la pandemia es algo aún difícil de cuantificar, porque todavía hay demasiadas incógnitas en juego. Ciertamente, cuando esta crisis sea superada, todas aquellas actividades que de manera inexcusable requieran la presencia física y un establecimiento abierto al público irán recuperando de manera paulatina el terreno perdido; lo que ocurra con todas aquellas otras que perfectamente puedan desarrollarse a través de una plataforma digital es lo que está por ver, pero las probabilidades de que muchos de estos negocios no vuelvan a abrir sus puertas es alta.

Así, la cuestión sobre la mesa es ¿qué va a ocurrir con el mercado de los locales comerciales de aquí en adelante? Aunque nada es seguro al 100%, puesto que en cualquier momento puede surgir algún hecho que le dé la vuelta al panorama (y si alguien lo duda, sólo tiene que mirar a los acontecimientos que estamos viviendo hoy), todos los datos apuntan en la misma dirección (por la que, de manera incipiente, ya llevábamos un cierto tiempo transitando): Va a sufrir un fuerte reajuste condicionado por el descenso en su demanda, que cada vez va a ser más acusado, y por el exceso de stock que ello va a generar.

Este reajuste se va a centrar, fundamentalmente, en dos parámetros; por un lado el rango de precios del metro cuadrado, tanto en venta como en alquiler, se irá orientando a la baja durante un cierto tiempo, y por otro se reducirá el número de esta tipología de fincas, todo ello para adaptarse a la capacidad de absorción de la demanda que exista.

Por supuesto, el mayor o menor nivel de incidencia que alcancen estas variaciones va a depender mucho de las zonas de ubicación del inmueble. Esto es algo que ya se viene detectando en varios puntos de nuestro territorio, sobre todo en los grandes núcleos urbanos, en donde, junto con las correcciones que se van produciendo en el índice de precios, cada vez tiene más auge el fenómeno de la recalificación de locales comerciales para convertirlos en viviendas.

Este último dato no se debe pasar por alto; nos guste más o nos guste menos, la conversión de locales en viviendas es un hecho que se va a ir produciendo cada vez más y que se va a extender a casi todos los rincones. Desde esa perspectiva, y por buscar algún enfoque positivo, esto puede ofrecer un nuevo nicho de trabajo al profesional inmobiliario que se forme debidamente para asesorar a su cliente de manera adecuada y para gestionar toda la tramitación requerida a tal objetivo. Si las necesidades planteadas por la coyuntura social demandan este servicio, el agente inmobiliario puede prestarlo.

Pese a todo lo dicho anteriormente, y como reflexión final, sería maravilloso que las predicciones fallaran aquí y que las conocidas expresiones reivindicatorias (ahora repetidas casi como un grito de auxilio) de comercio de proximidad o la tienda de tu barrio encontraran una respuesta positiva; ojalá este tipo de comercio pueda perdurar por lo que contribuye no solo a la economía familiar y a la pequeña empresa, sino también a la cohesión social en los barrios.

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